
La recomendación clínica dice que uno debe hacer un control odontológico al menos una vez al año; durante tres me olvidé de esto pero en febrero decidí hacerlo, un poco por una repentina ola de “sanidad” que me invadió, y otro poco por una muela que en las vacaciones comenzó a molestar.
Al momento de llegar al consultorio sentí el “olor a dentista” y no me desagradó. Es más, pensé por qué había dejado pasar tanto tiempo en volver. Después estuve más de una hora esperando que me atiendan, y ya no me resultaba tan simpático el olorcito, pero bueno, las obras sociales tienen esas cosas. Cuando por fin me llamaron, una señora de rulos platinados, anteojos y voz medio decrépita me indicó que me siente en el sillón. Me hizo abrir la boca “bien grande” y con su herramienta de metal inspeccionó diente por diente. El diagnóstico no fue para nada sorpresivo: seis caries y dos derivaciones al endodoncista.
Como ya apunté, me atiendo en una obra social, la de gastronómicos para ser más específica, y aunque Barrionuevo mantiene todo bastante bien, las demoras son insoportables. Con el diagnóstico y las derivaciones hechas me dirigí a la recepción para sacar un nuevo turno y como era de esperarse, me dieron uno para un mes después de esa consulta.
Entre las muchas cosas que pueden pasar en un mes, la idea de hacerme el tratamiento de conducto se esfumó de mis pensamientos, hasta que llegó el día. Ahí recordé que nunca me habían realizado ese proceso, que tampoco me habían sacado ninguna muela y que lo máximo que le había pasado a mis dientes fue una reconstrucción con luz alógena (que no duele nada!). Sin darme cuenta empecé a estar un poco preocupada y a no tener ganas de ir...pero tomé coraje y fui igual.
Al entrar al lugar tuve la misma sensación de olor agradable que había tenido un mes atrás, afortunadamente esta vez no tuve que esperar casi nada. Enseguida dijeron mi nombre por los altoparlantes y entré al consultorio. La doctora que me tocó me gustó un poco más que la vieja de rulos platinados y voz decrépita, no sé por qué. Enseguida me indicó que me siente, me hizo abrir la boca, miró el diente en el que tenía que trabajar y procedió a anestesiarme. Los pinchazos no dolieron, aunque fueron como tres, se sintieron pero no llegar a quebrar mi umbral de dolor. Eso fue un alivio, mucha gente dice que lo que más duele es la anestesia, y otras personas tienen la mala leche de que la ni siqueira agarre. Esa preocupación la tuve hasta el momento en que introdujo el torno y empezaron a volar los pedazos de diente. No sentía nada, la única molestia era tener la boca abierta tanto tiempo, pero dolor no había. Con este proceso la doctora estuvo un rato largo, cuando terminó palpé la zona con mi lengua y sentí un cráter enorme, y como era primeriza empecé a divagar sobre todas las posibles formas que existían para terminar el tratamiento. Me detuve pensando y pensando mientras me sacaban una placa, seguía con mi elucubraciones y la doctora limpiaba mi diente con una especie de lima, pero yo no sentía nada. Al final terminó por sellar el diente con un a pasta y decirme que saqué un turno con mi dentista (la vieja que me derivó al principio), y como era obvio, me lo dieron para dentro de un mes.
Estuve alrededor de 40 minutos en el consultorio, de fondo escuchaba los ruidos de los aparatos y las conversaciones de la médica con las asistentes. Pensaba que no había sido tan grave, que por qué me habían dicho que dolía tanto, y entonces tuve una pizca de lucidez y tomé la precaución de preguntar que hacía si empezaba a doler cuando pasara el efecto de la anestesia: “con un ibuprofeno vas a andar bien”contestó la doctora y me quedé tranquila.
Salí del centro odontológico y me fui a la facultad, cuando empecé a hablar con mis compañeros me di cuenta de que mis movimientos se asemejaban a los de una persona con parálisis facial. Con el lado anestesiado no podía modular, y con el otro gesticulaba exageradamente haciendo que me duela toda la cara. El adormecimiento fue algo extraño, desde abajo del ojo hasta el cuello del lado derecho no sentía nada. Tocaba las mejillas y estaban como blanditas, daba la sensación de que podía subirme a un ring a boxear y que no iba a dolerme en absoluto. Al cabo de tres horas de terminado el tratamiento, la inmunidad al dolor desapareció y todo el esfuerzo hecho en ese lapso recayó sobre mi diente. Las puntadas eran insoportables, y no tenía le bendito ibuprofeno en mi poder, así que tuve que esperar. Cuando tomé el analgésico el dolor disminuyó. Ahora me toca comer papilla y masticar sólo del lado izquierdo, aunque el hecho de abrir la boca ya es un esfuerzo y genera dolor.
1 comentario:
Yo hace poco también tuve que pasar por el odontólogo....y si bien la parte importante del proceso la cumplí, me escapé de las últimas "visitas" a la señora odontóloga...
Encima me tocó una Doc. que cuando me veía sufrir, quejarme....ella tenía la costumbre de decir frases como "dale...no seas maricón...no es nada...."......y uno sin poder responder nada....
mal!
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